Todos los años cuando llego me llevo una pequeña decepción. Cada vez hay más grúas, más casas, más coches, más gente. Pero una vez que me asomo a la playa se me olvida.
Todos tenemos un rincón especial y el mío es este. Entre la Paloma y Cala Hernández. Preferiblemente bajo el agua, escuchando las piedras moverse.
Siempre que vuelvo pienso que el pueblo, mi pueblo, ha perdido el encanto. Pero sé que volveré cada año, sin falta.